miércoles, 22 de agosto de 2018

FUTURO
 
 


Entender las especulaciones del destino, o la política de Dios sobre el futuro de las cosas, es tarea que por lo general les es asignada a hombres que se arrogan la prepotencia de la fe. Pero hombres al fin, colmados de profundas ambiciones y extremas mezquindades. Ahora, de ahí a pedir la “feliz muerte del papa” en pos de defensa del dogma…
Creo que nos estamos aprovechando y abusando de cierta tendencia fascista que se está reavivando en el mundo, y envueltos en envases patrióticos o dogmáticos, sacamos a pasear nuestra misantropía con donaire y frescura, como si fuera una característica bella, de la que debiéramos enorgullecernos.
Expresiones racistas, homofóbicas, aporofóbicas, se escuchan con facilidad en los centros sociales más distinguidos, se leen entre aforismos en las páginas de los diarios, y se presumen en las acciones de gobierno. Se está perdiendo todo rastro de humanidad y civilidad del género. La raza ha evolucionado desfavorablemente.
Hoy ya no es secreto que casi nadie lee un libro, o un diario, o una revista. Las redes sociales nos han cautivado velozmente, han copado la parada, y junto a la epistemología, la semántica, y la memética, nos inculcan y nos programan para direccionar nuestros pensamientos tanto como nuestras decisiones.
Seguramente la historia va a hablar de este fenómeno globalizado cuando ya seamos apenas un recuerdo. Y a quien le interese la antropología sabrá que este siglo se ha caracterizado por ser el más inculto, el menos instruido, y que la sociedad que lo transita ostenta, con un orgullo abominablemente depravado, la ignorancia de las leyes, la desobediencia de las normas, y el desconocimiento a la autoridad.-
 
 


miércoles, 15 de agosto de 2018

VIENTO
 
 
 
“El amor, a veces, es contundente como una montaña, y otras, efímero y cambiante, como el Sahara” solía decir mi amigo Balt-Hazar-Amen-Abar, que estaba enamoradísimo de Eduina Lunge, una actriz del elenco estable de la Junta Barrial de Gobierno.
El árabe fue a ver todas las obras en las que ella participó. Todas las funciones. Siempre. Y le hacía llegar, cada noche, anónimamente, un ramito de flores. Era la firma de su presencia. No obstante ello, jamás se animó a hablarle.
El día del viento fuerte, se la encontró de casualidad en una esquina, y ella le dijo que se iba a probar suerte a Hollywood. Él la miró enmudecido. El viento levantaba polvo y tierra que se metía en los ojos, la boca, las orejas, y fue aparentemente eso lo que lo hizo lagrimear.
Ella lo observaba insistentemente, esperando una reacción, cuando el viento arremetió, repentino y violento. El tierral hizo que se perdiera la visibilidad. En ese momento, con todas sus fuerzas, le confesó que era él el de las flores, que la amaba, que no había paraíso posible en su ausencia, y que de ser necesario la seguiría por el mundo entero, ya que de la ausencia surgen las necesidades.
El viento se calmó, la tierra se disipó, pero ella ya no estaba.
Nunca sabremos si se fue en ese preciso momento, o no alcanzó a escuchar ni una sola palabra…
 
 


miércoles, 25 de julio de 2018

PELÍCULA
 
 
Hoy recordé que hace aproximadamente veinticinco años, leyendo a Lacan, me topé con una frase que me impactó: “La verdad tiene la misma estructura que la ficción”
Me resultó inevitable ponerme a pensar que nos construimos a partir de esos recuerdos que consideramos son la verdad de nuestro pasado, y que entonces puede no ser así, sino que surgimos desde una ficción, una fantasía, creada por nosotros mismos, a partir de un deseo, o para reemplazar una realidad que nos resultaba desagradable.
Lo cual querría decir que nos erguimos desde una verdad presunta, que somos la resultante de la mentira…
Entonces, las conversaciones con nuestros hijos, nuestros alumnos, nuestros discípulos, todo aquello que hemos intentado transferir, carecería de fundamentos verdaderos, porque las circunstancias nos demostrarían que nuestra creencia se ha visto condicionada, porque no hemos sabido guardar testimonio real de nuestro paso por el tiempo.
¿Y de qué modo podría lograrse eso?
Se me ocurrió que abusando de la tecnología podríamos colgarnos una cámara de video en la frente, o en el pecho, y grabar las veinticuatro horas de cada día de nuestra vida. Y así podríamos lograr, cada uno, tener testimonio cierto, de nuestro pasado verdadero, porque cada uno tendría, al final de sus días, su propia película…
Y entonces recordé que por la misma época había leído también a John Lennon, de quién también me impactó una frase: “Cada uno vive su propia película, lo malo es cuando te obligan a participar en ella”
 
 


miércoles, 11 de julio de 2018

COMO HORMIGAS
 
 
 
Marchaban buscando un espacio mejor para el asentamiento. Casi no tenían bienes, y sus casas las levantaban en un santiamén, con los materiales que les proporcionaba la naturaleza. De ella lo habían aprendido todo. Barro, paja, un par de troncos, alguna que otra piedra, y ya estaba la casa levantada. Como las hormigas.
Mirando al cielo se dieron cuenta que pronto llegaría la tormenta, así que se dividieron en grupos, y entre todos hicieron lo que debía hacerse para estar todos bien. Unos se encargaban de la comida, otros de las construcciones, otros de tejer las pajas para fortalecer los techos, y así... como las hormigas…
Para cuando comenzaron a caer las primeras gotas ya tenían donde guarescerse, alrededor de un fuego, mientras se disfrutaba la comida. Todos juntos, vivían, se reían, comían y dormían. Como las hormigas.
Para otros eran incivilizados, y los perseguían hasta perderlos, desaparecerlos, invisibilizarlos… matarlos. Eso sí, ante el peligro, resistían como las hormigas, todos juntos, y si había que morir, todos juntos se morían, como las hormigas…
 
 



domingo, 24 de junio de 2018

MI ENCUENTRO CON EL DIABLO
 
 
Harto de sentirme una deplorable excusa del azar en esto de desestructurar los rulos del destino, me refugié en el Club Fortín Carrasco con el pretexto de comerme un familiar de milanesa, con un liso de tinto, y soda.
No había más de tres mesas ocupadas por ancianos abúlicos y silenciosos, que cuando entré me miraron con la tristeza de un domingo lluvioso a la nochecita, aunque era un jueves de sol al mediodía.
De todos, el que más me llamó la atención, fue uno de largos cabellos bien blancos, mal peinados hacia atrás, que desde su lugar sugería tener todo controlado, a la vista. Me miró con los ojos celestes casi transparentes, y se sonrió con mucha mansedumbre, transmitiendo calma y tranquilidad, como si supiera de mi desolación tras la partida de Laurel. O al menos, así lo sentí yo.
Cuando llegó mi pedido a la mesa, un hombre joven, de unos cuarenta años, o menos. Muy bien vestido. Con traje y sobretodo impecables, un elegante sombrero de fieltro, unos finísimos zapatos italianos y guantes de cabritilla, que ingresó al club sin mirar a nadie, se dirigió con paso petulante, a la mesa de este simpático anciano, y se sentó de frente a él con gesto desafiante. Inmediatamente detrás entró Balt-Hazar que se sentó a mi mesa hablándome de modo desenfadado pero sin sacarle la vista de encima a este recién llegado.
-Sin dudas lo he visto en otro tiempo, en otro lado, y en otras circunstancias -me dijo refiriéndose al trajeado.
Le resté importancia a sus dichos, curioso por saber por qué estaba sentado en frente de mí. Y mi gesto debe haberle sido muy elocuente, ya que ahí nomás me reclamó “lo anduve buscando, nunca me hubiera imaginado que se escondería acá”. Como si hubiésemos celebrado algún pacto previo, o nos debiéramos reportar los paraderos, cuando en realidad solo nos habíamos visto aquella vez en que me entregó la esquela de Laurel.
Con una seña pidió que le sirvieran un café, al que le agregó un chorrito de ginebra, de una petaca que extrajo de un bolsillo interno de su gabardina.
Mi silencio, más inquisidor que cualquier pregunta, quiso que no se detuviera en decir, y dijo: “Usted no está entendiendo. El reencuentro con Laurel va a ser fortuito, no siga buscándola. No comprende como funcionan la suerte, el azar, y el destino. Les otorga a los tres la misma jerarquía, y no es así. En la vida hay puentes que hay que cruzar, y otros que hay que quemar. Usted los está quemando a casi todos” Se bebió el café de un trago y se fue arrojando sobre la mesa un billete de cincuenta pesos.
En ese momento sentí que yo era apenas una duda navegando en la inmensidad de la vida, una broma inoportuna del destino, un arpegio en Sí disminuido…
EL hombre del traje, que había estado discutiendo con el anciano, vehementemente pero con respeto, con enojo aunque sin elevar la voz, como quien discute con su jefe o con su padre, al retirarse del club se detuvo delante de mi mesa para decirme:
-“El mundo es de una variedad tan grande, que mancomunados, todos somos fundamentales, pero aisladamente somos insignificantes. Y la vida es algo demasiado inmensa como para pretender abarcarla desde la individualidad. Déjese ayudar. Acabo de discutir con mi padre para que lo haga, él tiene el poder que yo no”  
Y se fue dejando en mí la sensación de que nuevamente el azar me obligaba a participar de un juego en el que todos conocían las cartas de mis manos, menos yo.
Pensé por un momento, por su manera de vestir, su mística al hablar, y su forma de comportarse, que podía tratarse de un mago, un ilusionista, uno de estos fabricantes de tormentas que nunca te permiten confirmar si te engañan o te hacen creer. Pero debo admitir que poseía algo cautivador en su manera de decir.
Me sorprendió ver al anciano parado al lado mío, que me saludó con tono de terapeuta comprensivo y me pidió permiso para sentarse a conversar…
No terminaba de comprender un hecho, que comenzaba otro aún más extravagante. Sin temor a parecer malhumorado le espeté
-Perdóneme, pero ¿cómo debo llamarlo?
-No se preocupe por eso, no tiene ninguna importancia. No creo que formalicemos ningún tipo de vínculo. Solo estoy respondiendo a una solicitud de mi hijo, que no quiere hacerse cargo. Pero va a tener que prometerme silencio eterno. ¿Está de acuerdo?
Ni siquiera le respondí. Él dio por sentado que las cosas eran como él quería que fueran, así que sin espera comenzó a enumerar.
-“Para empezar tendrá que aceptar mi ayuda sin preguntar nada. El resto va por cuenta mía. Le voy a hacer entrega de un instrumento mágico en extremo potente, como una llave, que cargaré en una ceremonia secreta. Después le voy a revelar dos secretos ancestrales relacionados con el mundo invisible. Y por último le voy a dar a conocer una combinación secreta que abre las puertas del destino, para que su deseo se concrete más rápido. Aunque solo podrá usarla una vez”
Miré a mi alrededor desconcertado, sin saber cómo hacer para desarmar el silencio. Presentí que por más que hiciera todo eso ya no volvería a verla, y tuve miedo. Por primera vez la incertidumbre y la aventura me dieron miedo. El anciano me miró con dulzura y se sonrió.
¡A veces no está bueno que el Diablo se ponga de nuestro lado!
 

COLORES
 
 
Si vos te pararas en el mismo lugar, a la misma hora, de la persona que capturó esta imagen ¿De qué color hubieras hecho la bandera?
Quizás Manuel recordaba una imagen similar y pensó que esos debían ser los colores de La Patria.
Claro, él fue muchas cosas, menos pintor. Pero como era militar se le ocurrió que su ejército debía tener una bandera, identificarse con un blasón… No lo sé, se me ocurre a mí, desde lo más humano. Y ahí la fue a ver a Doña Catalina. Y ella, pobre, que era una buena amiga del General, y daba todo por la gesta que emprendía Manuel, confeccionó una bandera con los colores que él le había descripto.
Qué sé yo, a lo mejor no fue así. Pero es lindo pensarlo, quitarle el protocolo y hacerlo más paisano, más a nuestro costado. Más en un puño.
La hizo jurar a su artillería en las barrancas de la Villa del Rosario, a orillas del río Paraná.
A Don Cosme se le caerían las lágrimas izándola, pienso…
Pero es lindo verla flamear alta en el cielo, se le ensancha el pecho a uno, y te dan ganas de gritar…
Gritar. No sé ¡VIVA LA PATRIA!
Digo yo, que no sé nada…
 
 


viernes, 18 de mayo de 2018

COMETA HALLEY

 
-Hechicera, bruja, maga, sacerdotisa, adivina. ¡Pero hada…! No, Laurel, no. Solamente en la cabeza de los niños o de algún negado a madurar con síndrome de Peter Pan…
-¡Te negás a lo evidente! –me recriminó mi amiga Laurel, molesta porque no lograba convencerme de que había conocido a un hada –por eso estás siempre así: pensativo, melancólico, taciturno. El día que abras tu cabeza y entiendas que hay seres mágicos que nos rodean constantemente y nos cuidan, cuidan nuestro ánimo, vas a abandonar ese silencio pachorriento que te rodea –espetó con bronca.
Laurel transitó Echesortu muy poco tiempo, no podría precisar cuánto pero su manera de ser, chispeante, vivaz, andariega, me permitió presumir desde un principio que su compañía sería tan fugaz como el paso del cometa Halley. Su espíritu inquieto hacía que de buenas a primera desapareciera con su mochila en busca de un nuevo destino, que nunca sería definitivo.
Y después de esa discusión pasó.
Pero la vida siempre intenta mantener equilibrado el fiel de la balanza, así que por contraposición apareció el árabe repartiendo cartulinas caligrafiadas, de derecha a izquierda, con signos inentendibles que él traducía como frases o poemas de amor, a las mujeres que detenían sus vehículos en los semáforos de Mendoza y Avellaneda, por unas cuantas monedas.
Cuando me vio se sentó a mi mesa y sacó de uno de los bolsillos de su gabardina una esquela que Laurel le había dejado para mí:
“Querido amigo:
Es muy corta la vida y muy grande el mundo para permanecer en un solo lugar. He intentado encontrar las palabras correctas para despedirme pero no existen, y ya es tarde para salir a buscarte por Echesortu. Guarda todos los abrazos no dados, y todas las palabras no dichas, porque he decidido tomar el camino opuesto, y considerando la redondez del planeta, es seguro que volvamos a encontrarnos. Aunque no seas el destino, sino un punto de paso.
Hay un mundo distinto que se construye, aunque te niegues a verlo, y Dios lo recorre a veces, para distraerse.
Estas palabras serán olvidadas antes que nadie más pueda leerlas.
                                                        Laurel”
Cuando despegué los ojos de la nota, Balt-Hazar ya no estaba.
Hay quienes sostienen que ella conocía la ubicación de la cortada sin nombre, que era desde donde se accedía al portal del tiempo. No lo sé. Pero su intempestiva partida me apenaba.
Por aquella época, en Echesortu, una niebla intensa invadía el barrio a la caída del sol, para abandonarlo al amanecer del día siguiente. Así que era común, y de ahí debe haber quedado la costumbre, saludar a todos los que pasaban, porque solo se veían sombras y no se distinguían los rostros. Yo solía buscar las paradas de los colectivos y me sentaba a mirar la gente subir y bajar de esos artefactos, sin entender qué gracia tenía seguir un itinerario preestablecido, cuando la emoción verdadera consiste en trasladarse con ignorancia del destino, como la vida misma. Y en eso estaba cuando esa pequeña bajó del 123 y se sentó a mi lado. No sé qué edad tendría. No pude precisarlo entonces, mucho menos ahora. Por momentos hablaba como una nena, otros como una adolescente, pero expresaba conceptos con la experiencia de una anciana, y empezó a hablarme de todo. De alegrías, de penas, de daños, de experiencias. Y yo me sentí tan cómodo que respondía del mismo modo, le hablé de mis cosas, mi infancia, mi gato, mis penas… mis penas… le mencioné lo de Laurel, y ella me dijo “¡qué bonito! Cuando vuelvan a verse van a tener tanto de qué hablar…”
En cuestión de segundos se metió en mi mundo y me mostró las cosas de otro modo. Todo lo que no había visto en años se me aclaró como por arte de magia. Se ganó mi confianza con sus historias, y hasta me hizo reír. En un momento posó su mano en mi hombro y me sonrió mirándome a los ojos, entonces sentí un estremecimiento y unos deseos inmensos de abrazarla y decirle gracias…Ella no se negó, por el contrario, sentí que al rodearme con sus brazos el aire que entraba a mis pulmones era más liviano.
-Ahí viene mi colectivo –me dijo –pero tranquilo, que siempre que me necesites yo voy a estar, solo me iré cuando ya no te haga falta…
Ya trepada al estribo, como una adolescente me gritó: “Laurel me pidió que te viera. Mi nombre es Maia, soy tu hada…”
Desde entonces recorro las paradas de los colectivos en Echesortu, con añoranzas de su compañía y esperanza de reencontrarme con Laurel, considerando que hay personas que pudieron observar el paso del cometa Halley dos veces en su vida.